La actividad humana es un monstruo que cuando no crea, devora. Es necesario darle empleo”.
Obra registrada en el Centro Nacional de Derecho de Autor de Cuba (CENDA) Registros # 264-2007 y 1317-2008
La mente olvida, las bocas callan, pero la piel, mientras haya vida, conserva sus marcas.
Título: “El clamor del bosque”.
Técnica: Fotografía digital. Fotos a color y en blanco y negro, en formato de 50 x 60 cm. Impresión digital. ¡Ver fotos recientes en la Galería!
Tema: “El clamor del bosque”, da continuación a una serie de exposiciones de carácter ecológico, cuyo tema central es la corteza arbórea expresada en el gran primer plano, lo que separa a esta obra formalmente del paisajismo fotográfico tradicional. El árbol, como un último intento de comunicación (ante los estragos ecológicos de hoy) quiere mostrarnos que no somos tan diferentes, que también hay vida y creatividad en su corteza, que es, por así decirlo, la piel del mundo: simbiosis del hombre y el árbol, semejanzas, narraciones antiguas, mitos, obras de arte, se expresan en sus texturas y figuraciones naturales como un llamado a mirar desde otro punto de vista la relación del hombre con el medio ambiente.
Acuarelas
“…O nos salvamos juntos, o nos morimos los dos” José Martí
La problemática del arte como separación con respecto a la naturaleza (lo real), que es “transfigurada” por los artistas, ha sido tratada en numerosos estudios críticos. Otros consideran al arte como un proceso de humanización del mundo natural que debe otorgar la felicidad. Y, finalmente, hoy la ciencia ha permitido al arte construir una imagen “adecuada” de dicha realidad.
Pero la naturaleza transmite una experiencia sensorial intensificada. El mundo se le aparece al artista como un continuo devenir, un interminable proceso de transformación, lo que tal vez mantenga, aun en la posmodernidad, y de cierta manera, algunas de las teorías estéticas del romanticismo (el eterno devenir, la nueva visión del espíritu de la naturaleza, la progresión indefinida de lo moderno industrial, la espiral, la inspiración e imaginación frente a la imitación, la valoración del fragmento) con las que continúan conectados los artistas. Sin embargo, hoy otros apartados del romanticismo tales como la teoría del genio, la percepción como conocimiento, lo sublime y lo pintoresco, la concepción biocéntrica del mundo, la valoración del boceto, la autonomía del arte, sin olvidar el tema cósmico-onírico del inconsciente y lo visionario, van quedando suplantados ante la inminencia de la crisis posmoderna, dentro de la que tiene un importante papel la crisis medioambiental y ecológica.
El artista, pues, está obligado a plantearse estas problemáticas como parte de su estética, de las que no puede huir de forma alguna, e incluso de hallar ciertas soluciones (al menos las que estén a su alcance postular) con respecto a este dilema. El hombre de hoy debe dejar de verse como centro del universo, incluso desde el punto de vista biológico. Su perspectiva ha de cambiar hacia otros puntos de vista más holísticos, desde la ecología, o sea, la integración de los sistemas, incluidos el sistema hombre-sociedad que ineludiblemente depende y está imbricado con el resto de ellos.
Elegir una u otra dimensión de estos ecosistemas (en los que no debe entenderse solo el natural sino también el social) es cuestión del lenguaje que usará el creador, además de la forma en que lo imbricará a su obra y cómo hará su propuesta. Volviendo al romanticismo, el concepto de originalidad se hace inseparable del mito del artista como ser incomprendido, solitario, difícil y combativo. Estas cualidades del artista (recogidas luego por todos los movimientos modernos) son una garantía de la calidad de la obra y la posibilidad de la permanencia, lo que deviene en el artista como miembro de la “vanguardia”. La ideología del artista autónomo, elegido y especialmente sensible (en el sentido de la manera de sentir) será un ingrediente que ya no abandonará el arte de nuestros días.
Por lo tanto, lograr la comunicación profunda con la naturaleza para después convertirse en obra implica la soledad del artista. Esta es una opción metodológica, un compromiso interior con la realización de la obra. Sólo integrándose plenamente en la naturaleza, estableciendo una comunicación en soledad con ella, puede el artista conocer sus secretos y llevarlos al arte. La potencia intelectual y creativa de un artista está sobre todo en sus ojos, en su capacidad de construcción visual. Se trata de saber ver la naturaleza, para construir a partir de ella, en el arte, un mundo de resonancias interiores, de una comunicación mítica y personal para luego expresarla de modo abierto, público y total a través de la imagen.
El centro y único objeto que propongo en estas fotografías es, entonces, el árbol. El sentimiento de la pequeñez humana frente a la grandiosidad de la naturaleza todavía es uno de los rasgos definitorios de la sensibilidad humana. La pasión que causan lo grande y lo sublime en la naturaleza es el asombro, del que no se puede aún abstraer ningún hombre ni siquiera a punto de haber destrozado la vida.
La posmodernidad con su capacidad estética ecléctica me permite concebir la naturaleza como la máxima expresión del orden y equilibrio de las cosas, y por tanto como modelo ideal de las artes, a la vez que no deja de ser considerada como causa de sobrecogimiento y como ámbito privilegiado de manifestación de lo infinito en lo sensible, en lo limitado, o sea la réplica del acto de creación, como lo concebían los románticos.
Acuarelas: fotografías de árboles y colores
David Rodríguez Camacho
Colaborador del Sitio www.hobbiesenred.com